domingo, 27 de septiembre de 2009

Cómo escribe Ken Follett

Cumpliendo con lo prometido en la entrada Mi primera novela, transcribiré hoy algunos fragmentos de la introducción de Los pilares de la tierra, donde el mismo autor, Ken Follett, cuenta, entre otras cosas, interesantes detalles acerca de cómo se prepara él para iniciar un nuevo libro.

La introducción es bastante extensa, por lo que tomaré sólo determinadas partes de manera arbitraria, apuntando más que nada a las revelaciones del autor sobre su forma escribir en general, y sobre el modo en que trabajó con este libro en particular, dejando de lado lo que tiene que ver con la trama en sí de su historia.

Ya sabemos que cada uno irá encontrando su propia forma de escribir, e incluso la irá modificando con el tiempo, según el tiempo lo vaya modificando también a él, pero me parece sumamente interesante conocer cómo trabajan los que saben. Siempre tendremos así la oportunidad de aprender algo.

Aprovecho además para recomendarles que lean este libro. Se trata de una novela histórica de más de mil páginas, situada en la edad media, cuyo fondo está dado por la construcción de una catedral. Se desarrolla de manera atrapante, haciendo que su extensión, capaz de intimidarnos antes de comenzar la lectura, resulte al fin apropiada, dejándonos con ganas aún de leer su continuación: Un mundo sin fin.


“La novela Los pilares de la tierra sorprendió a mucha gente, incluido yo mismo. Se me conocía como autor de thrillers. En el mundo editorial, cuando uno alcanza el éxito con un libro, lo inteligente es escribir algo en la misma línea una vez al año durante el resto de su vida.”

“Así pues, era poco probable que escribiese un libro como Pilares, y de hecho estuve a punto de no hacerlo. Lo empecé, lo dejé y no volví a mirarlo hasta pasados diez años.”

“En algún momento de 1976 escribí las líneas generales y unos cuatro capítulos de la novela.”

“Volviendo la vista atrás, comprendo que a la edad de veintisiete años no era capaz de escribir una novela de esas características. Era como si un aprendiz de acuarelista proyectase un óleo de grandes proporciones. Para tratar el tema como lo merecía, el libro debía ser muy extenso, abarcar un período de varias décadas y dar vida al complejo marco de la Europa medieval. Por entonces yo escribía libros mucho menos ambiciosos, y así y todo no dominaba aún el oficio.”

“La resucité en enero de 1986, después de terminar mi sexto thriller.”

“Mis editores se pusieron nerviosos. Querían otra historia de espías. Mis amigos albergaban también sus temores. No soy la clase de autor capaz de eludir un fracaso amparándome en que el libro era bueno pero los lectores no habían estado a la altura.”

“Por entonces ya había desarrollado el método de trabajo que sigo usando hoy día. Empiezo con un esquema de argumento que incluye lo que ocurrirá en cada capítulo y mínimos esbozos de los personajes. Pero ese libro no era como los demás. El principio no me dio problemas, pero a medida que el argumento avanzaba década a década y los personajes pasaban de la juventud a la madurez encontraba mayores dificultades para inventar nuevos giros e incidentes en sus vidas. Descubrí que un libro extenso representa un desafío mucho mayor que tres cortos.”

“En marzo del año siguiente, 1987, llevaba dos años trabajando en la novela y tenía sólo un esquema incompleto y unos cuantos capítulos. No podía dedicar el resto de mi vida a ese libro. Pero ¿qué debía hacer? Podía dejarlo y escribir otro thriller. O podía trabajar con más ahínco. Por aquellas fechas escribía de lunes a viernes y me ocupaba de la correspondencia los sábados por la mañana. A partir de enero de 1988 empecé a escribir de lunes a sábado y contestaba las cartas el domingo. Mi rendimiento aumentó de manera espectacular, en parte por el día extra, pero sobre todo por la intensidad con que trabajaba.”

“Si no recuerdo mal, terminé el primer borrador a mediados de aquel año. Una mezcla de entusiasmo e impaciencia me impulsó a trabajar aún con mayor denuedo en la revisión, y comencé a trabajar los siete días de la semana. Descuidé por completo la correspondencia pero concluí el libro en marzo de 1989, tres años y tres meses después del inicio.”

“Estaba agotado pero contento. Tenía la sensación de haber escrito algo especial.”

“Y así ocurrió. Parecía el libro menos adecuado; yo parecía el autor menos adecuado, y estuve a punto de no escribirlo. Sin embargo es mi mejor libro.”


Ken Follett
fragmentos de la introducción de “Los Pilares de la tierra”

sábado, 19 de septiembre de 2009

El mismo libro

Esta entrada va a ser bastante sencilla. Sólo quiero compartir un relato poético que escribí hace unos cuantos años.


El mismo libro


No sé como, ni por qué, pero una de las tantas calles impredecibles me llevó hacia él. Lo vi allí, descuidado, polvoriento, triste, excluido de los pesados ojos de la rutina.

De inmediato sentí una suave y conocida caricia. No había nada que me hiciera dudar. Sus frágiles páginas aguardaban ansiosas, me aguardaban ansiosas. Estaban dispuestas a dejarlo todo; a despojarse de la ternura con que la nostalgia se envuelve
cuando la esperanza prepara las valijas; y a arrojarse a mis brazos, evocando a una antigua felicidad.

Debo reconocer que tuve miedo. Hallarlo nuevamente entre mis manos era una experiencia encantadora y a la vez terrible. Hacerme dueño de sus líneas me alejaba de toda máscara, me volvía indefenso ante los extraños rostros de un lugar que no es el mío (o que sí es el mío, pero solamente cuando olvido quién soy).

Ya sin pensar, deslicé sus primeras hojas, y no pude más que asombrarme al ver que mi corazón latía como la primera vez.

Ni los vientos, ni las lluvias, ni el refugio, consiguieron callarlo. Ni los vientos, ni las lluvias, ni el refugio, sepultaron al amor.


Alejandro Laurenza

sábado, 12 de septiembre de 2009

Mis libros en Rosario

Como decía en la entrada Salir a las calles, me resulta mucho más fácil vender mis libros en plazas y parques, ofreciéndolos persona a persona, que en las estanterías de una librería. Quizá porque el libro de un desconocido allí se pierde, o por lo que fuera, pero así están las cosas. Sin embargo, soy lo suficientemente cabeza dura como para dejar intentarlo.

Hace poco más de un año comencé a distribuirlos yo mismo por kioscos de diarios y librerías de Buenos Aires. Los cuales recorro una vez por mes, o cada dos meses, para ver si hubo novedades, reponiendo así los libros que se hubieran vendido. El trabajo no es sencillo. Hay que caminar y caminar, y dedicarle mucho tiempo a la tarea. Pero tiene, como siempre, el maravillosos incentivo de estar haciendo lo a uno le gusta. Lo que no es poco.

En cuanto a los resultados, tengo que admitir que en este año se vendió, más o menos, la misma cantidad de libros que podría llegar a vender en seis o siete días en una plaza. ¿Pero quién dijo que iba a ser fácil? Las cosas se van consiguiendo paso a paso.

Y para no perder la costumbre de seguir empujando, ahora mis dos últimos libros de poesía, Maldita Conciencia y Libertad y otras yerbas, se encuentran también en Rosario. Sí, en esta bella ciudad que descansa a orillas del río Paraná, y que tiene una muy importante influencia económica y cultural en nuestro país. Más específicamente los podrán hallar en la librería Ameghino, ubicada en la calle Corrientes 868.

Por ayudarme a hacer esto posible, quiero agradecer a los rosarinos Marcelo Nieto, que me puso en contacto con la librería, y Raúl Astorga, quien me ofreció su generosa colaboración para todo lo que pudiera necesitar. Agradezco también a mi buen amigo Liman, que me consiguió un excelente transporte para hacer el envío desde Buenos Aires.

Por otra parte, les comento que pueden ver la lista con todas las direcciones donde se encuentran mis libros, haciendo click aquí.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Mi primera novela

Si bien ya pasaron unos cuantos años desde que comencé a escribir, hace tan solo unos meses inicié mi primera novela. Antes había escrito fundamentalmente poesía, y de vez en cuando algunos relatos pequeños, e incluso reflexiones, que me sirvieron más como ejercicio que otra cosa. Y hasta llegué a completar en los últimos tiempos un libro infantil, algo que nunca había pensado ni esperado, que sucedió casi por azar, y que ahora se encuentra en tratativas de publicación, pero eso lo dejaremos para otra entrada.

Es verdad que en más de una oportunidad quise empezar una novela, y de hecho lo hice dos o tres veces, pero transcurridas unas pocas páginas me quedaba sin tema, y ya no tenía nada para decir. Ni siquiera la forma que había adoptado terminaba de convencerme: me resultaba torpe e incorrecta. Todo parecía indicar que aún no había llegado el momento.

Y así el tiempo siguió pasando, leyendo yo de todo, como siempre, y escribiendo, mientras tanto, aquello con lo que me sentía más a gusto. Pero en ese leer de todo, comenzaron a aparecer, quizá por casualidad o quizá elegidos por mí de manera inconsciente, algunos libros o textos que hablaban sobre la forma de escribir: hábitos, costumbres, las mañanas, las noches, las pocas o muchas páginas por día; en fin, todas esas cosas que nunca me hicieron falta con la poesía, donde todo estuvo marcado por la inspiración, y donde poco importaba el resto.

Podía escribir poesía en una plaza, en un tren, en un colectivo, podía escribir parado durante el viaje cuando iba a trabajar, e incluso mientras caminaba, con un pequeño cuaderno en la mano. Bastaba con tener papel y lápiz para escribir poesía, pero la novela era otra cosa. La novela necesitaba un orden, una rutina tal vez, una planificación a la que no estaba acostumbrado. Era un mundo nuevo por aprender.

Regresando ahora a los libros que me allanaron el camino, de una o de otra manera, creo que el primero y más definitivo, el que me dio el empujoncito que tanto precisaba, fue París era una fiesta de Hemingway. Después vino Islas a las deriva, del mismo autor, y en el medio apareció La suma de los días, de Isabel Allende. Por otro lado, el prólogo de Los pilares de la Tierra, de Ken Follett, me resultó muy instructivo también; allí el escritor cuenta cómo se prepara generalmente para iniciar un libro nuevo (quizá un día suba algún fragmento, por si no lo tienen).

Y, claro, llegaron además los blogs, a través de esta maravilla que es internet, donde cada uno aporta su granito de arena, sus experiencias propias, su forma de escribir, pero no sólo eso, sino también las experiencias de escritores reconocidos. Cada uno busca y comparte, y entre todos aprendemos.

Y para no perder la costumbre de compartir, quiero dejar ahora un texto de Sábato que me parece muy bueno, y que creo se justifica, aunque la entrada termine resultando un poco larga.


El artista parte de una oscura intuición global, pero no sabe lo que realmente quería hasta que la obra está concluida, y a veces ni siquiera entonces. En la medida en que parte de una intuición básica puede afirmarse que el tema precede a la expresión; pero al ir avanzando, la forma va prestando al asunto sutiles, misteriosos, ricos e inesperados matices; momento en que puede afirmarse que la expresión crea al tema. Hasta que concluida la obra el tema y la expresión constituyen una sola e indivisible unidad. De este modo no tiene sentido pretender separar –como a menudo se lo pretende– el contenido de la forma, o sostener –como tan a menudo se lo sostiene– que hay temas grandes y temas pequeños, asuntos sublimes y asuntos triviales. Son los artistas y sus realizaciones los que son grandes o pequeños, sublimes o triviales. La misma historia de un modesto cuentista italiano del Renacimiento sirvió para que Shakespeare escribiera uno de sus más hermosos dramas.
En la obra de arte lo formal es ya contenido.


Ernesto Sábato
Fragmento de “Tema y realización”
del libro “El escritor y sus fantasmas”